… ven a mi casa, amigo,
¡déjame que te sirva!,
que atienda tus cansancios,
que cure tus heridas,
tan sólo descansa
mientras preparo la comida…
… ven a mi casa, amigo,
¡tanto tiempo sin vernos!,
no importa si fue ayer,
hoy es otro día,
ponte cómodo,
ya la mesa estará servida…
… ven a mi casa, amigo,
recibirte es una dicha
y verte una alegría,
después vamos a conversar,
sobre esas historias compartidas
y, también, de las perdidas…
“… gracias, amigo,
por recibirme en tu casa,
por preocuparte de mis heridas,
pero ven, deja de correr,
y siéntate aquí, junto a mí, junto a ti;
escucha mis silencios,
ausculta mis gemidos,
¡presta atención a lo interior!,
estate sin agitación,
mírame a los ojos;
¡disfrutemos este encuentro!,
luego haremos juntos
lo que tengamos que hacer…”
“… el Señor le respondió:
‘Marta, Marta, te inquietas
y te agitas por muchas cosas’…” (Lucas 10,41)
(… la “rosa sin por qué” sabe escuchar y estar atenta a los silencios de la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 10,38-42…)