Soñador paciente que sabías esperar el tiempo de la madera para trabajarla y el tiempo de los hombres para ayudarlos. No existía en tus labios el “después” ni el “ya va”, sino siempre el “ahora”. Si había alguna demora no era dilación negligente ni irrespetuosa, sino ocupación responsable con los compromisos asumidos. La prisa te era extraña lo mismo que el vértigo o el frenesí que aceleran los procesos produciendo resultados y frutos inmaduros. Tu paciencia al cepillar la piel de la madera era similar se trasladaba en respeto a la rugosidad y a las asperezas de las personas. Te pido la gracia de apacientar mis gestos, miradas y palabras. No me dejes caer en el maltrato y el destrato a mis hermanos.
Amén.