Me llamaste, Señor

… me llamaste, Señor, sin yo merecerlo… me sacaste de turbios manejos de dinero, donde las personas no contaban nada… enderezaste mi espalda y mi mirada, renovaste mi vida para ser testigo de tu Palabra y de tu Presencia… me quieres como un servidor esforzado y abnegado caminando a tu lado… ahora debo creer de corazón y de palabra, creer con la cabeza y con las manos, negar que el dolor tenga la última palabra… arriesgarme a pensar que no estamos definitivamente solos, saltar al vacío en vida, de por vida, y afrontar cada jornada como si Tú estuvieras… avanzar a través de la duda, atesorar, sin mérito ni garantía, alguna certidumbre frágil, sonreír en la hora sombría con la risa más lúcida que imaginarme pueda… no quieres el acomodo de quienes no se esfuerzan, pero tampoco la soberbia de quienes piensan que pueden solos… debo aceptar que Tú haces las cosas a tu modo, bendiciendo a los malditos, acariciando intocables, desclavando de las cruces a los bienaventurados, exigiendo demás a quienes tienes cerca y regalando todo a quienes aún no están… la #rosasinporqué no está acomodada en el jardín de la vida, la inmerecida gratuidad le exige siempre más… ¿desprecias el mérito porque prefieres el acomodo?, ¿apuestas tanto al mérito que desprecias a quienes se esfuerzan y no llegan?… (con el Evangelio de hoy, San Mateo 9,9-13)…