A veces tienes que agotar tus propios pasos para poder mirar atrás y ver con otros ojos el camino andad

… a veces tienes que agotar tus propios pasos para poder mirar atrás y ver con otros ojos el camino andado… es en ese momento en que ves cerca el final, cuando ya sabes que tu presunta eternidad es una falacia, que te pones a pensar en la herencia que dejarás a los tuyos… ahí es cuando quizás ya tarde, recuperas la mirada limpia del comienzo, esa misma mirada que te ayuda a releer tu historia con las proporciones justas de pasión y compasión… ¿qué herencia le dejarás a tus hijos?, ¿qué cosas deseas que ellos conserven de ti, no para recordarte, sino para que ellos prolonguen fecundamente lo que tú has tratado de darles, de trasmitirles?… ¿serán “cosas” perecederas o tus “sueños” de paz, comunión y de justicia?… si sin “cosas”, con el tiempo se les echarán con perder y los habrás defraudado… si son tus “sueños”, podrán ellos continuarlos y construirán, como buenos y nobles hidalgos, un presente amable desde el futuro antiguo que soñarán… tú ya sabes, por experiencia, que no hay que ser extraordinario para hacer cosas extraordinarias… sólo creer en los molinos de vientos y, a fuerza de caminos y de luminosos tropezones, ellos serán capaces de romper el velo de la costumbre y de lo cotidiano, ¿existe una mejor herencia?… la #rosasinporqué sueña y sueña y no se deja vencer por los molinos de vientos, es la mejor herencia que desde la gratuidad nos deja… ¿alumbras desde tus “ensueños y corduras” el mañana de los tuyos?, ¿qué herencia les vas a dejar a tus hijos?… (con el Evangelio de hoy, San Marcos 10,28-31)…