… “caminante peregrino”, el desierto parece no saber de flores… el desierto evoca la aridez, al menos para alguno… ¡pero el desierto es límpido y abierto como el mar!… y como no tiene determinaciones forzosas, ¡es capaz de tornarse fértil y abrir todas las flores!… por eso, ¡tantas cosas aparecen en el desierto!… entonces ¿es posible que todas ellas se conviertan en impedimentos para lo esencial?… ¿no dicen los maestros espirituales que no caben dos en el mismo sujeto y que es necesario vaciarse para acoger la presencia de Dios?…
… pequeño y buen amigo, pequeña y buena amiga, muchas, ¡son muchas las melodías que resuenan en tus oídos!… y todas ellas, como poesías, permanecen en tu interior… ¿las harás callar?… ¿puedes, así no más, silenciarlas?… ¿cuándo son verdaderos impedimentos que no dejan abrirse al alma?… entrega lo que tienes, es decir conságralo ofreciéndolo… nunca destruyas, consagra todo a Dios… tienes en tu espíritu la virtud de la transparencia, de hacer todo transparente…
… entonces, ¡vamos!… ¡arriba!… ¡allí donde te encuentras ponte de pie y respira hondo!… con la “pequeña oración” de la mañana, y de cada momento, atraviesas la flor, el paisaje, vas más allá de este templo y te dejas levantar por sobre él… ¡deja que el desierto se transforme y florezca!… no se muevan tanto tus labios con oraciones, ni se agiten tanto tus manos con acciones… construye sobre la roca del abandono confiado… desayuna y matea con la Verdad del “pan del día”, (Lucas 6,43-49: “… ¿por qué ustedes me llaman: ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?…”)…