¡Qué buena y qué dolorosa es la capacidad de desear!

… ¡qué buena y qué dolorosa es la capacidad de desear!… hay quien diría que es mejor no aspirar a nada, que así te evitas desengaños e insatisfacción… pero lo cierto es que estás vivo, y como estás vivo sueñas, buscas, anhelas y encuentras motivos para ir “más allá”… deseos, sed de vida, sed de amor, ¡sed!… vives entre el deseo, la necesidad, la llamada y el encuentro… deseas amor, justicia, alegría, saber… deseas caricias, canciones, conquistas, respuestas… deseas sanación de tantas heridas propias y ajenas, luz que disipe sombras, miedos y angustias… hay veces en que el deseo es cotidiano, una apetencia normal, que lo atiendes naturalmente, casi con rutina… pero otras veces es atroz, y no encuentras respuesta ni nada que lo colme… la espera se hace larga, y llega la noche… te pesan los silencios, te pesan las ausencias… te vence el cansancio, las heridas no se soportan… te asusta la soledad, y esperas ¡encuentro!… te agobia el vacío, y ambicionas ¡sentido!… te atrapa el vértigo de la actividad incesante, y añoras un poco de ¡paz!… te abruma la intemperie del mundo, y ansías ¡hogar!… te asalta Su distancia, y llamas: “¡Padre!”… la #rosasinporqué llena su interioridad con deseos de gratuidad, por eso aunque le canse la espera larga no desespera… ¿dejas de desear y ya no esperas nada ni a nadie?, ¿alimentas bien tus deseos o se nutren con cualquier cosa encogiendo tu capacidad de felicidad?… (con el Evangelio de hoy, San Mateo 25,1-13)…