Horas y horas de dolor, que no pueden reflejarse en expresión alguna

… horas y horas de dolor, que no pueden reflejarse en expresión alguna… horas y horas de desolación y de pena, de esa incierta angustia que nació en la contradicción y en la prueba y que ya no se sabe de dónde viene, ni adónde va… la indiferencia mata, ser ajeno al dolor del otro es miserable… se acumulan horas de sufrimiento, experiencia de desdicha, en la deforme llanura de tantos sucesos, de tantas noticias, de tantos engaño, entre el cinismo de algunos y la indiferencia de otros… soledad sin sentido en la jornada del dolor… ¿has pasado por esto?, ¿sabes lo que es estar solo en el dolor?… ¿sabes lo que es vivir y suspirar como un hombre abandonado, sin recursos, ni esperanza de paz?… ¿de qué sirve ser el más rico en el cementerio?… no, el mundo no necesita que vengan los muertos para darle un susto incontestable, sino más bien está necesitado de vivos… de cristianos vivos que desde la trama diaria de su existir le enseñen a ver las cosas desde los ojos de Dios y amar la vida desde y como Él, ritmando sus latires con los de su Corazón, valorando aquello que tiene valor y dejando lo que enajena y enfrenta, lo que adormece e inhibe, lo que corrompe y deshumaniza… la “rosa sin porqué” no es indiferente ni se mantiene ajena al dolor ni a la indigencia… ¿has mirado si en la puerta de tu casa, de tu corazón, yace un pobre Lázaro?, ¿alimentas tu vida con la Palabra de Dios?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 16,19-31)…